25 de junio de 2013

Inocencia compartida.

Hoy en el súper he encontrado la colonia que mi madre solía echarnos de bebés. A mí hermano mellizo y a mí, me refiero. Llego a casa, lleno la bañera y echo un chorro de mi recién hallado tesoro. Suena Kings Of Leon en la radio, me sumerjo en la bañera. Contengo la respiración. Es curioso; la música suena más fuerte bajo el agua.

 Tengo grabado a fuego en mi cabeza un momento de mi niñez que recuerdo con total exactitud. Cierro los ojos. Los vuelvo a abrir: estoy en casa de mi abuela, sentado encima de la mesa junto a mi hermano. Los pies me cuelgan. Veo el cielo desde la ventana, es grisáceo, como el noventa y nueve por ciento de los días en San Sebastián. Pero yo estoy alegre y río. Cosas de niños, supongo. Entra mi madre, ya ha vuelto de trabajar. Lleva una bolsa —Tengo una sorpresita —En seguida nos encendemos y botamos de emoción por toda la cocina. Mi madre se agacha a nuestra altura.  Qué ojos más bonitos tiene. Saca por fin el regalo de su bolsa. Es el VHS de Hércules.

 Salgo a respirar. Abro los ojos, me pican. Vuelvo a estar en mi baño. Huele a mi colonia de bebé. Ya nada es como antes. Nunca volverá a serlo. Los colores ya no son tan nítidos, ni las mañanas tan radiantes. Yo quiero volver a ser niño, quiero volver a ser el ratoncito de mi abuela.