17 de noviembre de 2012

Paraíso artificial.

Las tardes azul oscuro acompañadas de lluvia son mis mejores amigas para sobrellevar la resaca. Una cervezita para adentrarme en los mas profundos de mis sentimientos, y pensar, y pensar. Tendría que dejar de pensar tanto. Eso me dicen. Eso pienso. Pero no lo hago. Me gusta el otoño, pero hasta cierto punto, claro. Cuando una hoja te golpea en la cara agresivamente, ya no es tan bonito. Y si estás rodeado de una multitud de gente, menos. En ese caso sólo te queda una opción: despegarte la hoja de la cara con la poca dignidad que te quede, que será poca, y tirar para delante.

Me embadurno las manos de crema. Las llevo a la nuca y me doy un ligero masaje, en círculos y presionando. Qué fiesta anoche. Qué bien huele esta crema. Qué sueño. Qué cerca mi cama.


3 de noviembre de 2012

Mis pies.

La inspiración de escribir la perdí anoche junto a mi dignidad. Como siempre. Pero todo me es indiferente una vez llego a mi cama. Amanezco. Bajo todas las persianas de casa. Me tomo un café y vuelvo a la cama. Todo es mucho más bonito desde mi cama. Agua, agua, agua...¿tengo que levantarme? Sí. No. Ya estoy levantado. Mierda. Mis pies nunca han conocido unas zapatillas de casa. Qué bonito es andar descalzo. Después catarro. Después me quejo. Y después Frenadol. Qué caro es ponerse enfermo.

Nota importante de supervivencia: a mí no se me habla por las mañanas. Muerdo, rujo y, en ocasiones, mato. Eso es así.